Tras el velo

Tras el velo

ray-garcia

Dec 9, 2025

Mi nombre es Amelia Haart y tengo la suerte de saber identificar una buena historia al poco de verla. Es algo que detecto rápido. Son esos pequeños detalles que, cuando veo juntos, hacen saltar todas mis alarmas. Hay quien a eso lo llama don, talento o duende. Hay quien lo compara con el músico que compone una canción que destaca sobre el resto en un mercado sobresaturado. Con el cineasta que consigue que un film mantenga el ritmo y cautive al espectador. Un arte, dicen unos. Un don, dicen otros. Yo soy de las que piensan que los dones, los talentos y los duendes se consiguen con dedicación; afinando poco a poco tu capacidad de análisis hasta saber decidir qué camino es el que más rédito te puede dar. Trabajo, dedicación, práctica y, quizá sí, un poquito de intuición. Por tanto, lo mío no es talento, es simplemente técnica. Muchas horas a mis espaldas para saber separar el grano de la paja.

Sea como fuere, he conseguido dar con muchas buenas historias a lo largo de mi carrera. Algunas de ellas han dado al traste con los planes de alguna de esas enormes empresas con pocos escrúpulos y mucho poder. Otras han hecho caer a más de un político untado hasta las trancas. Supongo que sabes de lo que te hablo.

Suscríbete a ray-garcia para recibir actualizaciones directamente en tu correo

Esas historias me han llevado a ser considerada una periodista incisiva, objetiva e independiente. Yo solo he intentado ser empática con cada situación que me ha tocado contar. Me he dejado asombrar y no me he dejado llevar por prejuicios que pudieran enturbiar mi capacidad de análisis. Y partiendo de ahí, he contado lo que tenía que contar, implicándome al máximo con cada historia, asumiéndolas como si fueran mías, conectando puntos e incomodando a gente. Generando a su vez una gran cantidad de enemigos. Tal vez demasiados.

Porque, una cosa que no te he dicho es que se puede tener un don, un talento, duende, ser trabajadora, perspicaz, útil. Se puede ser muchas cosas, da igual cómo lo llames, pero hay enemigos muy grandes, gigantes con los que, aunque no lo creas, es imposible luchar. por muy hábil que te consideres. Son esos Goliath que ni diez Davides vencerían, aunque contasen con toda la ventaja del mundo. Esos que están tan encastrados dentro del sistema, que sus raíces, sus tentáculos o cualquier símil que te apetezca encontrar, llegan mucho más lejos de lo que puedas imaginar.

Yo dí con uno de esos. Di con una historia de las que no solo tallan la superficie de la realidad que nos ha tocado vivir. La historia escarbaba tan profundamente que llegué a un lugar que no querían que visitara.

Primero fue mi periódico. Me cesaron sin mayor explicación que la de un repentino ajuste de personal. Eso no me frenó, no dejé de trabajar en ella. Sabía que lo que tenía era algo gordo. Pensaba que, una vez acabada, encontraría otro lugar donde contarla. Y si no lo encontraba, sería capaz de publicarla por mi cuenta. Medios no me iban a faltar.

Luego llegaron las amenazas personales. Primero a mí, luego a mis amigos y familiares. Ahí fue cuando comprendí que quizá debía parar, pero, obstinada que es una, no lo hice. A pesar del riesgo, terminé mi investigación.

No encontré ni un solo medio de comunicación que quisiera publicarla. Algunos eran muy evidentes en sus excusas. No querían tocarle las narices a según qué personas. Otros, más pequeños, y también más empáticos, me confesaban que los principales anunciantes que tenían, dejarían de aportar esa inyección económica que hace sustentar a su medio, si la publicaban. Incluso habían recibido instrucciones veladas al respecto.

Básicamente, me convertí en una persona non grata en el mundo del periodismo. Una paria, una apestada a la que nadie quería acercarse, temiendo las consecuencias de tal hecho.

En un acto de rebeldía y en una situación económica cada vez más precaria, cabezona que es una, decidí montar una página web y contar allí mi historia. No fueron tan simples como para conseguir cerrar la web, cosa que sé que podrían haber hecho casi con un simple chasquido de dedos. Los tentáculos eran muy largos, las raíces muy profundas. En lugar de ello, consiguieron silenciarme, a la vez que fueron poco a poco, introduciendo en mi gremio la idea de que no era más que una tarada, una desviada con necesidad de atención y con absurdas teorías conspiranóicas.

Y así fue como consiguieron, en un proceso de no más de dos años, acabar con mi carrera, con mi economía, con mi matrimonio y, por qué no decirlo, también con mi salud. Yo solo era un David. Ellos eran cien Goliaths.

Sorprendentemente, cuando pensaba que todo estaba perdido, hubo quien se interesó por mí a raíz de la fama que había ido cosechando durante esos dos años. Mis investigaciones, sumadas al hecho de que me tachasen de loca o conspiranoica llamaron la atención del medio para el que ahora trabajo: La Langosta, un portal web de actualidad lleno de teorías que van desde aquellas que hablan de gobiernos alternativos que manejan los hilos desde la sombra, algo que había conocido de primera mano y de lo que no dudaba, hasta aquellas que dicen que ya habíamos tenido contacto con extraterrestres y que vivían entre nosotros. El filtro, digámoslo suavemente, era laxo. No me ofrecían mucho, pero me permitían ejercer como periodista y, además, recibiría a cambio el salario suficiente como para pagar el alquiler y poder comer. Una miseria que a mí me hacía un mundo. Aceptar fue una necesidad profesional y un acto de desesperación personal.

La Langosta era el lugar ideal para el conspiranoico medio, pero lo cierto es que tenía cierta acogida y, tanto la web como los directos que se emitían diariamente por internet, tenían bastante público. No sabía si era más bien por echar un rato de risas, o porque la gente realmente creía todo lo que emitíamos. Creo que era una mezcla de ambas cosas, pero el caso es que funcionaba y contaba con los suficientes suscriptores como para contratarme por el salario mínimo más un bonus en base a rendimiento.

Mi responsabilidad dentro de La Langosta era la de dirigir y presentar uno de los directos online que la cadena comenzaría a emitir los jueves por la noche. «Revelaciones» se llamaba. El formato era sencillo. Líneas abiertas para escuchar las más increíbles, estrafalarias, inconexas y absurdas historias que los espectadores contaban, tratando, eso sí, de aplicar mi máxima: no emitir ningún juicio de valor, no prejuzgar, escuchar atentamente, empatizar. No era el trabajo de mis sueños, incluso en ocasiones pude intuir cierto amaño en algunas de las llamadas o entrevistas que hacía. Nunca lo supe con certeza. Con independencia de lo anterior, trataba de incorporar lo mucho que había aprendido a lo largo de mi trayectoria, a pesar de que lo que se me estaba contando rozase el ridículo. Para mí y la poca integridad que me quedaba, era muy importante hacer mi trabajo de la única forma que sabía: con rigurosidad y respeto.

Aunque no era lo más habitual, a veces teníamos la suerte de poder entrevistar presencialmente a algún invitado. Lo hacíamos siguiendo nuestra mayor premisa: garantizar su privacidad. Para ello preparábamos el estudio con el pertinente contraluz y modulábamos la voz del invitado para que se sintiera cómodo ocultando su identidad. Estos entrevistados, en ocasiones interactuaban con las llamadas del público o con los mensajes que nos llegaban por el chat del streaming, previamente moderado, evidentemente, pues si no, la humillación se haría patente.

Esa ha sido mi vida durante el último año. Lo cierto es que a veces, entre una maraña de absurdas historias, se colaba alguna lo suficientemente interesante como para profundizar en ella. Logrando llamar mi atención y consiguiendo que ese sensor que se activa cuando los pequeños detalles destacan, se pusiera en marcha.

Hoy tengo programa.


La Entrevista

Tras llegar al estudio, ocupé mi sitio y comencé con mi rutina. Saqué mi bloc de notas, anoté la fecha en una página limpia, tal y como hacía siempre: diecisiete de febrero de 2033. Día nuevo, página nueva. Mantener ordenada mi libreta reflejaba con evidencia mi meticulosa forma de ser, tratando siempre de tener el control.

Por último, ajusté mi micrófono, encendí el portátil y, cuando la luz de on air se encendió, comencé mi presentación mientras giraba mi anillo alrededor de mi dedo. Hay quien necesita un bolígrafo mientras habla, hay quien necesita juntar las manos pero solo hacer contacto con las puntas de los dedos, como si de un político de clase media se tratase. Yo necesitaba mi anillo.

Buenas noches, y bienvenidos, bienvenidas, un jueves más, a «Revelaciones». El espacio donde tú eres el protagonista.

Mi nombre es Amelia Haart y estoy aquí para escuchar tu historia. Porque todos tenemos algo que contar. Estoy convencida de que tú también. Si eres uno de los que ha vivido una experiencia extraordinaria, algo inusual o algo que nunca te atreviste a contar por las consecuencias que pudiera tener, este es tu lugar.

Este programa nace precisamente, para dar voz a todas estas historias. No tienes de qué preocuparte, aquí no te juzgaremos. Te escucharemos con atención y, de una forma rigurosa, con el apoyo de nuestros expertos, trataremos de ayudarte a encontrar una explicación, en el caso de que exista una.

Lo haremos, como sabes, sobre dos grandes y sólidos pilares: el respeto y la privacidad. Nosotros, meros conductores, solo podemos aportar el escenario perfecto para que puedas sentirte con la libertad suficiente como para sincerarte con todos nuestros espectadores. El resto lo aportas tú. Porque historias hay muchas, pero historias extraordinarias tan solo unas pocas. Y estoy segura de que la tuya es de esta segunda categoría.

Una vez descartado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad. Comienza, «Revelaciones».

Suscríbete a ray-garcia para recibir actualizaciones directamente en tu correo

La entradilla no era improvisada. Ya la había repetido muchas veces, pero sentía que funcionaba como el primer día. Pensaba que estas primeras palabras le aportaban una pátina de sinceridad y seriedad al programa, a pesar del tema que fuera tratado. No obstante, no podía evitar ser muy analítica y en ocasiones crítica con las historias que recibíamos. Llamémosle defecto profesional. Algunas llamaban mi atención y, entonces, dirigía el programa a profundizar sobre la misma. Otras eran sencillamente absurdas, y decidía entonces acortarlas y derivar el show por otros derroteros. Siempre con respeto, a pesar de que sintiera que en ocasiones pudieran querer tomarme el pelo. A pesar de que sintiera que en ocasiones todo era un burdo engaño, un montaje de la cadena para captar audiencia. Esta flexibilidad que me daba, no forzándome con estructuras encorsetadas que la mayoría aplicaba, había ayudado a que el programa generase un interés por encima del resto de transmisiones de La Langosta.

A partir de este momento quedan abiertas las líneas. Nuestro equipo recibirá vuestras llamadas y mensajes a través del chat del stream y de nuestras cuentas en redes sociales. Como sabéis, no podemos atender todas vuestras historias. Únicamente algunas de ellas pasarán al programa para que puedan ser escuchadas y, siempre que podamos, aportemos algo de luz que nos ayude a todos a entender.

Hoy, además, contamos con un invitado que nos deslumbrará con sus vivencias en nuestra sección «Confesiones en vivo». Ya sabes, si quieres venir al programa y contarnos tu historia en directo, contáctanos.

Lo cierto es que pocas veces alguien tenía el coraje de acercarse al estudio y, cuando sucedía, no solía pasar un primer filtro. Además, cuando el equipo de investigación encontraba alguna historia interesante y contactábamos con el protagonista para invitarlo al programa, pocas veces se brindaba a colaborar. No es que estuviéramos, lo que se dice, bien vistos. Nos habían acusado en multitud de ocasiones de difundir bulos, inventar historias o generar pánico de forma innecesaria. A pesar del intento por hacer un programa serio y respetuoso, éramos considerados una panda de manipuladores y conspiranoicos con un poco de visibilidad y quizá demasiado tiempo libre.

—Comenzamos con la primera de las llamadas. Buenas noches.
—Hola, buenas noches.
—Bienvenido a «Revelaciones». Queremos conocer su historia.
—Bueno, verá… sonará ridículo, pero, yo…
—Nada es ridículo, querido amigo. No se apure y siéntase como en casa. Le escuchamos con atención —‍le dije. No era el primero ni sería el último para el que verbalizar su vivencia suponía todo un reto. No estaban acostumbrados a hacerlo. No estaban acostumbrados a tener al otro lado a alguien realmente interesado por aquello que les hubiera pasado.
—Yo… Verá… yo oigo una voz. Una que no existe.
—¿Una voz?
—Sí, eso es. La voz no está siempre conmigo, pero a veces la escucho. Habla conmigo. Me dice cosas.
—Tratemos de entender la situación, ¿le parece?
—Por… por supuesto.
—Esa voz, ¿de dónde proviene? ¿nace de su interior?
—La escucho. Como tener alguien a mi lado, aunque esté solo. Es terrorífico.
—No tiene por qué temer. Estamos aquí para ayudar. Dígame una cosa, esa voz, ¿responde a sus preguntas? ¿Ha podido entablar una conversación con ella?
—No… no lo he intentado. Cada vez que la escucho me aterra, me bloquea.
—Querido amigo, su reacción es comprensible. ¿Doctor?

El doctor Feinmann llevaba colaborando con nosotros desde el nacimiento de «Revelaciones», y su punto de vista ayudaba mucho a reforzar ese enfoque riguroso que siempre había luchado por mantener.

—Hola, amigo, soy el Doctor Feinmann.
—¿Qué tal, doctor? Encantado.
—Muy bien, gracias. Tengo una pregunta: ¿conoce el principio de la navaja de Ockham?
—Lo he oído alguna vez, aunque no estoy muy seguro de saber explicarlo.
—El principio dice que, en igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la más plausible. —La dicción del doctor era excelente. Procuraba mantener un tempo pausado a la vez que vocalizaba de manera precisa. Transmitía con su tono, sabiduría y calma. Era un buen profesional—. Existen multitud de casos registrados de gente con sus mismos síntomas. La gran mayoría de ellos hablan de alucinaciones auditivas. Estas pueden ser debidas a un amplio abanico de orígenes distintos, todos ellos de naturaleza psicológica. Desde aquí y con la información que manejo no estoy en disposición de hacer un diagnóstico, sería imprudente por mi parte, pero no me equivocaría si le dijera que lo primero que debería hacer es consultar a un especialista y contarle, con naturalidad, lo que le sucede. Lo que sí puedo aventurar es que, como le digo, muy probablemente su origen sea psicológico. Es mucho más común de lo que imagina. Ni está loco ni debe considerarse raro por ello. Normalice la situación, hable con un especialista que, de seguro le ayudará a encontrar la raíz del problema y, con suerte, conseguirá silenciar esas voces tan incómodas. No será un proceso instantáneo, por lo que deberá ser paciente.
—Entiendo, Doctor.
—Querido amigo —le dije—, ¿le ayudan las explicaciones del doctor?
—Totalmente. Me daba miedo hablar de ello, pero que el problema sea más común de lo que yo pensaba me ayudará a normalizarlo. Mañana mismo buscaré un profesional. Muchas gracias por su ayuda, les escucho cada jueves.
—Para eso estamos. Ojalá se solucione y gracias por estar siempre ahí—le dije antes de colgar.

Entraron un par de llamadas más, no muy relevantes, para a continuación pasar a la sección «Confesiones en vivo». El invitado ya se había ubicado en el estudio. La iluminación a contraluz solo dibujaba una silueta, impidiendo que éste fuera reconocido.

—Buenas noches y bienvenido —le saludé sin poder distinguir su rostro a pesar de tenerlo a un par de metros de distancia.

—Hola, buenas noches —su voz sonó muy grave, intencionadamente distorsionada—. Debo decirle que no dispongo de mucho tiempo.
—¿Tiene prisa? Es usted quien se ha ofrecido a contarnos su historia.
—Créame, si pudiera, estaría horas hablando con usted, pero pronto ellos sabrán dónde me encuentro.
—¿Corre peligro su integridad por haber venido aquí?
—Sí.
—En ese caso, lo primero que debería hacer es contactar con las autoridades, ¿no le parece?
—No me creerían. Además, ¿qué podrían hacer ellos? Son tan víctimas como usted y como yo.
—Existen formas de contar su historia sin desvelar su ubicación. Una llamada de teléfono, por ejemplo.
—Pero así no funcionaría, lo sé porque ya lo he probado. Debo estar aquí. Debo contárselo en persona.
—¿Qué debe contarme en persona? —dije mirando de soslayo mientras subrayaba la fecha en mi libreta: diecisiete de febrero de 2033. No estaba especialmente receptiva.
—¿Qué sucedería si le dijera que puedo demostrarle que todo lo que sucede, se repite, una y otra vez, siempre de la misma manera?
—¿Cómo dice? —Separé la mirada de la libreta volviendo a prestarle toda mi atención. No era la intriga a su alrededor, era la firmeza de sus palabras. Estaba completamente seguro de lo que decía, no dudaba, no le temblaba la voz.
—Que todo se repite.
—¿Quiere decir que hemos tenido esta conversación antes?
—Digamos que no es mi primer intento.
—Pero yo no recuerdo ninguna conversación.

Obvio, ¿cómo iba a recordar algo que no ha pasado?

—No funciona así.
—Y, ¿cómo funciona entonces? ¿Cómo es que todo se repite y al mismo tiempo es la primera vez que tenemos esta conversación? No parece que tenga mucho sentido, ¿no cree?
—Usted no puede recordar lo que sucede tras cada reinicio. Yo sí.
—¿Qué tiene eso que ver? —dije, mientras apuntaba «Recuerda» y lo subrayaba.
—Mucho. Que usted no sepa que esta no es la primera vez que hablamos no significa que no haya sucedido. Usted, al igual que el resto, está aquí atrapada, repitiendo lo mismo una y otra vez sin darse cuenta. Yo no.
—¿No está usted atrapado?
—Claro que lo estoy, pero soy consciente de todo lo que ha pasado en ciclos anteriores. Y por el hecho de ser consciente, puedo decidir qué hacer. Como ahora, que estoy sentado con usted. Esto es la primera vez que sucede, porque yo he decidido que así sea. No es lo que se supone que usted o yo deberíamos estar haciendo en ese momento.
—¿Qué debería estar haciendo yo en este mismo instante?
—Seguir atendiendo llamadas. Ninguna lo suficientemente interesante, se lo puedo asegurar.
—¿Me lo puede asegurar?
—He visto su programa.
—¿Este programa? ¿El de hoy?
—Sí. En varias ocasiones.
—Permítame recapitular, si le parece —No estaba segura de entender lo que me estaba diciendo—. Según usted, todo lo que aquí sucede se repite de idéntica manera.
—Cada día. Cada veinticuatro horas exactamente —especificó.
—Se repite de idéntica manera cada veinticuatro horas —repetí—. Todos y cada uno de los que estamos aquí hacemos lo mismo cada una de las veces sin ser conscientes de ello. Como si al acabar el día, y volver al principio, todo se borrase.
—Eso es.
—Excepto usted.
—Que yo conozca.
—¿Por qué usted no?
—No estoy seguro. Un día todo cambió. Primero fue una sensación de déjà vu. De repente sabía lo que iba a pasar, como si ya lo hubiera vivido antes. Luego el día se repitió. Y volvió a repetirse. No hicieron falta muchos amaneceres para entender lo que me estaba pasando.

Escribí déjà vu enlazándolo con una flecha a la palabra «Repetición».

—Y, ¿por qué me lo cuenta?
—Quiero despertarla.
—¿Despertarme?
—Que sea consciente. Que recuerde. Como yo.
—¿Con qué finalidad?
—Es muy inteligente y perspicaz. Aquí está desaprovechada. Usted vale mucho más. Su trayectoria la avala. Sería una gran aliada en mi misión.
—¿Su misión? ¿Qué misión? —No pude evitar escribir «Yo» en mi bloc de notas. Compartía lo que decía. Me sentía desaprovechada en este lodazal que era La Langosta. Como pez fuera del agua. Pero era esto o nada.
—Salir de aquí. Escapar de esta realidad repetitiva.
—Y, ¿cómo pretende despertarme?
—Demostrándole con hechos que lo que digo es cierto. Por eso era necesario que estuviera aquí presente, a pesar del riesgo.

—De momento no lleva buen camino, se lo aseguro —ironicé.

Suscríbete a ray-garcia para recibir actualizaciones directamente en tu correo

—No crea. Voy mejorando mi técnica con cada repetición. Creo que estoy muy cerca. Por eso he venido, por eso me arriesgo. Creo haber dado con la clave para conseguirlo.
—Soy toda oídos.
—No será suficiente para hacer que me crea.
—Como periodista, lo que yo crea es indiferente. La información hablará por sí misma.
—Se equivoca. Lo que usted crea es vital. Todo esto va de usted. ¿Todavía no lo entiende? —dijo.
—Lo que comenta es tan imposible como interesante, sin duda —interrumpió el doctor Feinmann—, pero…
—¿Pero debo aportar pruebas que puedan ser validadas por todos los espectadores? ¿Pruebas que avalen mis palabras? ¿Es eso lo que iba a decir, Doctor?

Miré al doctor. Su boca no se había cerrado.

—Sí, eran exactamente las palabras que iba a pronunciar.
—Pónganme a prueba —retó.

Entre cientos de mensajes, alguien en el chat escribió «Vaya personaje. Que diga el número de la lotería del sorteo de las 10 a ver si eso lo acierta 🤣». Otro comentó «Que adivine cómo va a quedar el partido de esta noche. ¡Apostaré 20$ al resultado que diga! #MakeItRain».

—Tenemos algunas peticiones en el chat —dije.
—La lotería, ¿verdad?
—No me sorprende su suposición. Yo también habría sugerido eso—‍mentí. A pesar de saber que era el recurso más fácil de adivinar, me había sorprendido.
—El sorteo será a las diez de la noche. A esa hora yo ya no estaré aquí. Debería marcharme antes. Aún así, el número ganador será el 71743.
—Tomen nota, amigos espectadores. Nuestro misterioso invitado se ha decantado por el 71743. ¿Creen que acertará?
—No tengo ninguna duda —aseguró.
—Por otro lado, nos preguntan cuál será el resultado del partido de esta noche. ¿También lo sabe?
—No soy ningún almanaque deportivo, pero si es necesario para que ustedes me crean, se lo daré. Ganará el equipo local dos a cero.
—Amigos, hagan sus apuestas. ¿Quién sabe? ¡Quizá esta sea su noche de suerte!
—Apostar no servirá de nada. Nunca llegarán a cobrar el premio. El día se reiniciará antes de que puedan hacerlo. El partido se volverá a jugar como ya ha sucedido en incontables ocasiones. Siempre es igual.
—Se le ve muy seguro. Por desgracia, como dice, para cuando podamos comprobar si es cierto, ya no estará aquí. Si se equivoca, nadie podrá recriminárselo.
—Puedo demostrarle algo aquí y ahora. Algo sobre usted —dijo, acercándome un trozo de papel doblado sobre la mesa.
—¿Qué es esto?
—Ábralo.

Lo abrí. Lo que leí me dejó muda.

«El tiempo contigo es absoluto».

En el papel estaba escrita la inscripción en la alianza del desmoronado matrimonio que aquellos hijos de puta habían conseguido destrozar junto con el resto de mi vida. Nunca perdí la esperanza de recuperar mi pasado, por eso nunca me la había quitado. Hacerlo significaba aceptar mi derrota, y yo no pierdo.

—¿Qué tipo de broma es esta? —espeté enfurecida. No pude evitar salirme de mi rol de periodista.
—Es lo que pone en su anillo, ¿verdad?
—¿Cómo sabe usted esto? ¿Quién es usted? ¿Quién se lo ha dicho?
—Me lo dijo usted.
—Eso es mentira —miré a mi alrededor buscando alguna risa cómplice que me hiciera entender que esto no era más que un burdo montaje.
—No. No lo es. Eso pasó. Pero usted no lo recuerda. Porque usted olvida cada vez que el día se reinicia. Como todos.
—Existen cien explicaciones mucho más plausibles que la que usted comenta.
—Lo sé. Podría habérmelo dicho algún primo suyo, quizá alguien que asistió a su boda, o puede que un joyero con buena memoria. Tiene usted razón. Pero lo que digo es cierto. Me confesó que escuchar esto de boca de un desconocido tendría un gran impacto en usted.

Y tenía razón. Mi anillo significaba mucho más que una alianza. Era el elemento clave de una guerra que para mí todavía no había acabado. Nunca me lo quitaba. Nunca hablaba de él.

«Enseña la nota», dijo alguien del chat. «Y el anillo», apuntilló otro espectador. A pesar de que en cualquier otra situación habría sido motivo suficiente para levantarme de la silla e irme, no lo hice. Fuera verdad o no, respeté el lugar en el que estaba y traté de sobrellevar el incómodo momento. Yo no quería ser parte del espectáculo.

—Aquí pueden ver lo que dice la nota —dije, acercándola a la cámara. Y esta es la inscripción de mi anillo —El anillo tardó en salir. Hacía muchísimo tiempo que no me lo había quitado. Me sentí, en cierta manera, desprotegida. Lo mostré mientras lo giraba para que se pudiera leer al completo. Después, volví a colocarlo con prisa en mi dedo anular. Me alivió.

El chat se llenó de mensajes que iban desde la más profunda sorpresa a los incrédulos que comenzaban a desprestigiar el programa por tan burda manipulación. Para muchos toda la entrevista consistía en una escenificación previamente ensayada. Un esperpéntico y poco elaborado espectáculo. Yo creía exactamente lo mismo. Ya hablaría con la gente de La Langosta al acabar el programa. Estúpidos hijos de puta. Qué ganas de salir de este lodazal.

—Le reconozco que es usted capaz de crear un interesante halo de misterio a su alrededor. Hay quien opina que esta entrevista no es más que un burdo montaje. ¿Qué tiene que decir al respecto?
—Esas teorías se desmontarán solas en muy poco tiempo. Espere a la lotería, o al partido. ¿También se podría manipular eso?
—Está muy convencido. ¿Y si no acierta?
—No contemplo ese escenario. Pero si le parece, volvamos al punto por el que estoy aquí: usted. Parece que lo del anillo no le ha sorprendido, pero estoy convencido que una pequeña parte de usted ha comenzado a dudar.
—Lo que dice no demuestra nada. No puede esperar que le crea, sin más.
—Yo no busco que me crea. Lo que busco es que usted despierte.
—¿Puede hacer algo así?
—Ya desperté a alguien antes.
—¿Y dónde está ese alguien?
—Lo atraparon. Y volvieron a dormirlo.
—¿Dormirlo?
—Verá. Despertar no es algo instantáneo, no hay sobresaltos ni una luz blanca e intensa que de repente le haga ver. No funciona así. Es algo más, ¿cómo decirlo?, progresivo. Durante ese proceso, usted, que durante mucho tiempo ha estado haciendo siempre lo mismo, una y otra vez en cada repetición, comenzará a comportarse de manera distinta. Comenzará a tener el control. Pero retomar el control tendrá consecuencias. No se comportará exactamente igual, y eso resonará como un eco aquí dentro.
—¿A qué se refiere?
—En teoría, todos los aquí atrapados se comportan exactamente igual en cada bucle, con una precisión milimétrica. ¿Qué pasaría si su repetición cambiara ligeramente? ¿Qué pasaría con el camarero que le sirve un café a las 9, si se lo sirve a las 9:01? ¿A qué hora atendería ese camarero al siguiente cliente? ¿Y si por culpa de este pequeño retraso, ese cliente llega unos minutos más tarde al kiosco donde compra el mismo periódico en cada repetición? ¿Qué le pasaría entonces al comportamiento del amable kiosquero? ¿Entiende lo que le digo? Aquí dentro, un pequeño cambio resuena con mucha fuerza. Ellos son capaces de detectar estas alteraciones, y tratan de revertirlas. Tratan de «dormir» a aquellos que las provocan.
—¿Quiénes son «ellos»?

Suscríbete a ray-garcia para recibir actualizaciones directamente en tu correo

—Son los que no quieren que nada cambie aquí dentro.
—¿Dentro?
—De este bucle. Si el tiempo se repite, y hay alguien que persigue a los que, como yo, somos conscientes, ¿por qué cree que puede ser?
—No sabría responderle.
—Yo creo que, por un motivo que desconozco, lo están protegiendo. Quieren que todo siga igual. Intuyo que los cambios no le sientan bien.
—Pero esa gente también está atrapada.
—No. Yo creo que no.
—¿Está usted diciendo que hay un lugar fuera de esta realidad que está dibujando?
—Es lo que creo, sí. Y hay pistas que avalan lo que digo.
—¿Qué tipo de pistas?
—Verá, esa gente es como usted y como yo. No son distintos a nosotros. Pero yo los he visto aparecerse delante de mis ojos. Los he visto hacer cosas que perfectamente podríamos calificar como magia.
—¿Magia?
—Cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia.
—No le sigo.
—Se lo planteo de otra manera. Si este día se repite una y otra vez, y, según mi suposición, hay otro lugar, llamémosle «fuera», donde el tiempo sigue su ciclo normal, ¿en qué año cree que estarán?
—Y, ¿cómo podría yo saberlo?
—No lo sabe usted, ni lo sé yo. No tenemos referencia alguna. Pero si el tiempo pasa, la humanidad avanza, la tecnología evoluciona. ¿Me sigue?
—¿Quiere decir que son gente que viene del futuro?
—Vienen del presente. Pero el tiempo para nosotros ha quedado anclado en un día concreto, girando en círculos, yendo del final al principio encerrados en esta burbuja temporal, mientras para otros sigue caminando hacia adelante. El tiempo pasa, el presente es uno mucho más lejano que este día de febrero de 2033 en el que nos encontramos.
—Y, ¿por qué me cuenta todo esto?
—Porque cuando despierte, como le decía, no tendrá un flash y lo verá claro todo. No encajará todo como piezas de un puzzle. Tendrá pequeños retazos de recuerdos. Sensaciones de que ya ha vivido algo similar. Tardará un tiempo en entenderlo. Tiempo del que no dispone. El eco de esta conversación está impactando en miles de espectadores. Es muy grande. Pronto ellos vendrán y, antes de que eso suceda, deberá salir de aquí. Debe confiar en su instinto. Si comprenden que ha despertado, también irán a por usted, intentarán dormirla de nuevo.
—¿Y si no lo consiguen?
—Entonces su destino sería aún peor. Por eso la he elegido a usted. Es perspicaz e ingeniosa. Presta atención. Tiene cualidades que si las activa y pone en marcha tan pronto comience a percibir esas pequeñas señales que le hagan entender que ha despertado, mi misión habrá sido un éxito.

Lo cierto es que la historia tenía su gancho. Era enrevesada y con los suficientes ingredientes como para, a pesar de lo increíble que pudiera parecer, no ignorarla. Bajé un segundo la mirada para comprobar la audiencia en el stream. Estábamos batiendo todos los records. Sin duda La Langosta había ideado un contenido que funcionaba excelentemente bien. Yo solo debía continuar con la entrevista. Dejarme llevar, asumir que todo lo que me decía podía ser cierto. Ya tendría tiempo de hablar con los responsables y hacerles llegar mi desaprobación por no saber nada de esto antes. Aunque, pensándolo bien, entendía por qué no me lo habían dicho. Me habría negado en rotundo a hacer una entrevista falsa con el único objetivo de generar más audiencia. Mis principios eran otros y estaban muy por delante.

—Y, ¿cómo me hará despertar? —continué.
—Solo pretendo instalar una semilla dentro de usted. Podría hablar de su pasado, pero creo que, dado su nivel de escepticismo, no serviría, a pesar de poder aportar datos que pocos conocerían. Usted podría excusarse en que algunas cosas son vox populi y otras me las podía haber contado algún conocido suyo, como con su anillo. Por lo tanto, le propongo ir a lo concreto.
—¿A lo concreto?
—Yo he podido vivir este día muchas veces. Las suficientes como para recopilar información interesante.
—¿De hoy?
—De hoy. De lo que ha pasado, y de lo que pasará.
—Le escucho atentamente —le dije, esperando que, como decía, bajase a lo concreto.
—Bien, vayamos al inicio del día de hoy. A pesar de que comienza a trabajar a las tres de la tarde, le gusta madrugar. Se ha despertado a las seis y cincuenta de la mañana. Diez minutos antes de que sonase su alarma. O estoy en lo cierto o usted me engañó, porque eso fue lo que me dijo.

No respondí, aunque era exactamente lo que había pasado. ¿Cómo podía saberlo?

—Como cada mañana —continuó—, ha estado revisando su móvil. Ninguna oferta de trabajo interesante, ninguna respuesta de aquellas a las que ya se había postulado. Este —dijo haciendo referencia al programa—, no es su sitio. Desea cambiar, pero, de momento, es lo que hay. Mejor esto que nada. Sus palabras concretas fueron: «estoy deseando salir de ese lodazal».
—Estoy muy satisfecha con mi labor en este medio. No tengo ninguna intención de moverme de aquí —mentí. Esas serían exactamente las palabras que saldrían de mi boca. «¿Por qué estoy confusa?», me pregunté. «Nada de lo que está contando tiene sentido alguno y, sin embargo, ¿qué es esta sensación? ¿Estoy empezando a creerle?»
—Me dijo que diría eso.
—No me equivocaba, entonces —ironicé.
—Se conoce usted muy bien —respondió con la misma ironía—‍. Ha comido sola, en casa. Como casi cada día. Salir a comer fuera no entra en sus planes si lo que quiere es llegar a fin de mes.
—Oiga, no voy a caer en sus provocaciones. Está usted cruzando, en directo y delante de miles de espectadores, una frontera personal con la que lo único que puede conseguir es tratar de desprestigiarme. No le permito que vaya por ahí. Si continúa, daré por finalizada la entrevista.
—No seguiré, no se preocupe. Tampoco hay mucho más que contar. Después de eso ha llegado al trabajo y desde ahí hasta este momento, hay poco que destacar. Disculpe si la he ofendido, pero terminará entendiendo que es necesario.
—Supongamos que le creo. Supongamos que acepto el sinsentido de que yo le haya contado todo lo que ha ido diciendo. Yo no le conozco de nada. Si usted es un desconocido para mí hoy, es un desconocido en cualquier otro momento. No me veo hablando de ese tipo de cosas tan personales con alguien con el que tenga suficiente confianza, imagínese con usted.
—Y ahí es donde entramos en el resto del día. Lo que todavía no ha pasado. En una repetición normal, sin que yo lo haya alterado viniendo aquí a contarle todo, usted suele hacer lo mismo todos los jueves.
—Y, ¿qué se supone que hago? —pregunté, curiosa.
—La noche del jueves es su único momento en la semana en el que se permite la libertad de tomar algo fuera. —Era cierto—. Allí me lo contó todo.
—¿Por qué le iba a contar yo nada?
—Porque la desperté. Comprendió que lo que le decía era verdad. Y trazamos este plan por si volvían a dormirla, tal y como finalmente sucedió. ¿Recuerda que le dije que ya había despertado a alguien antes? Fue a usted.
—¿A mí?
—Eso es. Durante la conversación, convenimos un mensaje en clave que usted me mandaría desde este programa. Una señal encubierta que me haría comprender que, tras el reinicio, seguía recordando. Esa señal nunca llegó. Entendí, pues, que había vuelto a ser dormida. Tras unos cuantos ciclos tratando de definir un plan, llegué a la conclusión de que no había otra forma. Tendría que exponerme, lo que me lleva aquí, con usted. Una vez despierte, debo protegerla. Debe venir conmigo, yo sé cómo evitar a esos que nos quieren atrapar. No hay otra forma y el tiempo se acaba, debemos irnos ya.
—¿Me está pidiendo que abandone el programa y huya con un desconocido?
—Es exactamente lo que le estoy diciendo.
—Supongo que comprenderá que me niegue.
—No. No lo comprendo, pero asumía que era lo que iba a pasar. Solo se lo pediré una vez más. ¿Viene?
—¡Claro que no!
—Si recuerda, si consigue visualizar la conversación que tuvimos, no olvide mandarme el mensaje en el próximo ciclo. Ha sido un placer. Aunque no ha salido como esperaba, ojalá funcione, ojalá termine despertando. Ahora, si me permite, debo marcharme. No tardarán en venir.
—Despedimos ya a nuestro invitado —me dirigí a la audiencia con cierto alivio—. Ha sido una conversación extraña pero interesante.

Tras ello, pronuncié las mismas palabras de cierre que repetía en cada programa. La luz de on air se apagó, dando por finalizada la retransmisión en directo. Eché un vistazo al ordenador, comprobando que habíamos batido todos los récords de audiencia de La Langosta. Cuando quise darme cuenta, el invitado ya había salido del estudio. Sobre la mesa había una nota. La cogí.

—Qué curiosa entrevista —dijo el doctor mientras cuadraba sus papeles dándoles golpes sobre la mesa. Instintivamente cerré el puño con fuerza, protegiendo la nota en su interior.
—¿Qué tal lo vió, doctor?
—Un personaje estrafalario —respondió—. Un claro ejemplo de delirio persecutorio. Debería buscar ayuda.
—¿Y si le digo que creo que se trata de un montaje?
—¿Un montaje? —preguntó el doctor.
—De la cadena, de La Langosta.
—¿Crees que serían capaces?
—Estoy convencida de que no es la primera vez.
—Podría tener sentido —respondió el doctor tocándose la barbilla.
—Hablaré con la cadena —le dije—. No estoy dispuesta a formar parte de este tipo de juegos.

Suscríbete a ray-garcia para recibir actualizaciones directamente en tu correo

—Harás bien, Amelia. Yo tampoco estoy de acuerdo —dijo mientras guardaba sus papeles, ya perfectamente alineados, en una carpeta—. Espero que se aclare y nos veamos la próxima semana.
—¡Siempre y cuando no estemos en un bucle! —le respondí riendo.
—¡En ese caso nos veremos de nuevo hoy! —bromeó el doctor mientras salía por la puerta.

Cuando el doctor salió por la puerta, abrí la nota.

Amelia. Quedarte ha sido imprudente, pero imaginaba que era lo que iba a pasar. A pesar de que creo que puedo sembrar ciertas dudas en ti, ¿cómo escapar con alguien al que no conoces? Era bastante obvio, pero esto no acaba aquí.

A partir de este momento pueden pasar dos cosas: que pienses que estoy loco, o que una pequeña parte de ti empiece a sospechar que lo que digo puede ser verdad. Ellos vendrán. Te harán preguntas. Si piensas que estoy loco significará que he fracasado, por tanto, no tienes nada que temer. Has de ser tú misma.

Pero si por el contrario hay dentro de ti alguna sospecha de que mi historia no es una locura, tienes que actuar con prudencia. Si detectan que sospechas algo, por mínimo que sea, te dormirán de nuevo.

Si consigues esquivarlos, si consigues convencerlos con tus argumentos, debes actuar tal y como lo harías en cada repetición, porque no te van a quitar ojo de encima hasta que el bucle se reinicie. Hasta asegurarse de que no has despertado. Es posible que mi interacción contigo haya alterado un poco tu realidad, por eso te aviso: has de olvidar tus llaves dentro del estudio.

Una extraña sensación me invadió. Recordaba llegar tarde a casa, buscar las llaves en el bolso y darme cuenta de que ser despistada a veces trae consecuencias. Recordaba llamar a un cerrajero de urgencia, que terminó abriéndome la puerta y jodiéndome la economía del mes. ¿Cuándo había pasado eso? ¿Era posible que recordase algo que todavía no había sucedido?

Ve al bar, como haces cada jueves. Yo no podré ir, ellos lo estarán vigilando. Actúa con normalidad. Sigue tu rutina, y cuando llegues a casa, haz lo que se supone que hace cualquiera sin llaves frente a la puerta de tu casa. De ahí a la cama hay un paso. El bucle se reiniciará mientras duermes. Espero tu mensaje en el próximo programa.

—¿Señorita Haart? —Dos hombres elegantemente vestidos con un traje de chaqueta entallado que parecía haber sido confeccionado a medida por el mejor de los sastres se dirigieron repentinamente a mí. ¿Cómo habían entrado?

—¿Quiénes son ustedes? —pregunté al tiempo que volvía a ocultar la nota, arrugándola dentro de mi puño.
—Tenemos algunas preguntas que hacerle.


Tras llegar al estudio, ocupé mi sitio y comencé con mi rutina. Saqué mi bloc de notas, anoté la fecha en una página limpia, tal y como hacía siempre: diecisiete de febrero de 2033. Día nuevo, página nueva. Mantener ordenada mi libreta reflejaba con evidencia mi meticulosa forma de ser, tratando siempre de tener el control.

Por último, ajusté mi micrófono, encendí el portátil y, cuando la luz de on air se encendió, comencé mi presentación mientras tocaba mi desnudo dedo, donde siempre llevaba mi anillo. Hay quien necesita un bolígrafo mientras habla, hay quien necesita juntar las manos pero solo hacer contacto con las puntas de los dedos, como si de un político de clase media se tratase. Yo necesitaba mi anillo, pero no esta vez.

Buenas noches, y bienvenidos, bienvenidas, un jueves más, a «Revelaciones». El espacio donde tú eres el protagonista.

Mi nombre es Amelia Haart y estoy aquí para escuchar tu historia. Porque todos tenemos algo que contar. Estoy convencida de que tú también. Si eres uno de los que ha vivido una experiencia extraordinaria, algo inusual o algo que nunca te atreviste a contar por las consecuencias que pudiera tener, este es tu lugar.

Este programa nace precisamente, para dar voz a todas estas historias. No tienes de qué preocuparte, aquí no te juzgaremos. Te escucharemos con atención y, de una forma rigurosa, con el apoyo de nuestros expertos, trataremos de ayudarte a encontrar una explicación, en el caso de que exista una.

Lo haremos, como sabes, sobre dos grandes y sólidos pilares: el respeto y la privacidad. Nosotros, meros conductores, solo podemos aportar el escenario perfecto para que puedas sentirte con la libertad suficiente como para sincerarte con todos nuestros espectadores. El resto lo aportas tú. Porque historias hay muchas, pero historias extraordinarias tan solo unas pocas. Y estoy segura de que la tuya es de esta segunda categoría.

Una vez descartado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad. Comienza, «Revelaciones».

A partir de este momento quedan abiertas las líneas. Nuestro equipo recibirá vuestras llamadas y mensajes a través del chat del stream y de nuestras cuentas en redes sociales. Como sabéis, no podemos atender todas vuestras historias. Únicamente algunas de ellas pasarán al programa para que puedan ser escuchadas y, siempre que podamos, aportemos algo de luz que nos ayude a todos a entender.

Hoy no contamos con ningún invitado en nuestra sección «Confesiones en vivo». Si quieres venir al programa y contarnos tu historia en directo, contáctanos.

—Comenzamos con la primera de las llamadas. Buenas noches.
—Hola, buenas noches.
—Bienvenido a «Revelaciones». Queremos conocer su historia.
—Bueno, verá… sonará ridículo, pero, yo…
—Nada es ridículo, querido amigo. No se apure y siéntase como en casa. Le escuchamos con atención —‍le dije. No era el primero ni sería el último para el que verbalizar su vivencia suponía todo un reto. No estaban acostumbrados a hacerlo. No estaban acostumbrados a tener al otro lado a alguien realmente interesado por aquello que les hubiera pasado.
—Yo… Verá… yo oigo una voz. Una que no existe.